EL SILENCIO
Cecilia Lazo
He iniciado varias veces la escritura de este artículo, tratando de topar los temas que generan mis reflexiones, sin embargo, lo que me rodea es lo que más me afecta: el silencio.
No se escuchan las risas y los gritos en el recreo, no se escuchan sus voces y me resulta sobrecogedor, porque simplemente nunca les escuchamos, pero ahora ya ni siquiera está su hora favorita en la escuela, la de jugar, de socializar, el momento de ser felices, por un ratito. Y pienso en niños que sufrirían el bullyng y maltrato, que tal vez lo sufren también en sus hogares, pero no quiero hablar ahora sobre esos problemas, creo que ameritan un análisis más profundo, pero resulta que todos los problemas que afronta la educación requieren un análisis profundo y serio y es un tema tan grande que quienes deberían verlo lo ignoran o no sé, pensarán que es mejor dejar la educación escondida debajo del escritorio de quienes determinan las políticas y los presupuestos.
Los problemas en la educación no aparecieron con la pandemia, sin embargo la inequidad y la exclusión sin duda se han profundizado de una manera que no podemos medir ni imaginar todavía, no sabemos cuántos niños, niñas y adolescentes han perdido su posibilidad de educarse, cuantas niñas, sobre todo no regresarán a la escuela y si antes el número de adolescentes que no terminaban la educación media era muy alta, luego de la pandemia el problema social, generado por la falta de educación y ocupación, entre adolescentes, será enorme.
Nos sentimos tranquilos cuando decimos que el Ecuador supero el analfabetismo, pero preferimos no saber realmente cuántas personas en el país son analfabetas funcionales, esto es, apenas saben leer y escribir su nombre, pero muchas madres, sobre todo, han tenido que hacerse cargo de la educación de sus hijas e hijos durante esta pandemia, sin las herramientas ni conocimientos necesarios, sin acceso a internet; si hubiésemos tenido una educación adecuada, sin duda hubiésemos estado mejor preparados para afrontar ésta y cualquier otra situación.
Estoy pensando en las escuelas unidocentes y pluridocentes y en aquellas a las que se les llamó por un ratito “generadoras del cambio” que fueron sacrificadas en aras de un currículo unificado y de las enormes y monstruosas escuelas del milenio, políticas que no se compadecen ni con la diversidad, ni con los derechos de los pueblos, menos todavía con los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, que supusieron y suponen enormes pérdidas en lo social y económico para las comunidades de las zonas rurales y que seguramente muchas de ellas hubieran seguido funcionando durante la pandemia porque ésta no llegó a las comunidades alejadas de las zonas urbanas y de hecho sé de alguna que está funcionando, al margen del sistema, en beneficio de niñas y niñas porque maestras y maestros se han tomado con amor y respeto su rol y responsabilidad para con sus comunidades.
Las niñas, niños y adolescentes nunca han estado en el centro de la educación, a pesar de que la Constitución dice que siempre se deberá considerar el “Interés Superior” de niñas, niños y adolescentes, es decir que cada decisión que se tome, que afecte de cualquier manera sus vidas, debería ser tomada en función de lo que sea mejor para garantizar sus derechos, pero ese principio no se considera en el momento de planificar la educación.
Si el Ministerio de Educación está armando un Plan Educativo post-pandemia, es el momento de socializarlo y hacerlo con la participación de todas las personas involucradas. Igualmente es el momento de decidir si nos hundimos más en la pobreza, no sólo económica, sino cultural y social, con un estado miope que prioriza los intereses económicos, mercantiles y o será capaz de invertir en lo que nos convertirá realmente en un país próspero y rico, la Educación con sentido, igualitaria e inclusiva para todos y respetuosa de las diversidades. Que no nos gane el silencio.